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TEXTOS VOCACIONALES SA-FA

“VOCACIÓN: UN DIÁLOGO DE AMOR” DESCUBRIR, DECIDIR Y ARRIESGAR.

El hombre es un ser dialogal, abierto a la relación, al encuentro con el otro. Dialogar significa dejarnos interpelar por el otro que viene a nuestro encuentro. En este ámbito relacional-dialogal adquiere verdadero sentido y claridad su ser más profundo, su vocación fundamental como hombre. Saliendo de sí mismo, el hombre se descubre amado por Dios, quien le capacita para amar como ha sido amado.

“En el diálogo del Señor resucitado con su amigo Simón Pedro la gran pregunta era: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» (Jn 21,16). Es decir: ¿Me quieres como amigo? Como resultado, la misión que recibe Pedro de cuidar a sus ovejas y corderos estará siempre en conexión con este amor gratuito, con este amor de amistad” (Christus vivit 250). Es en el diálogo de amor con Jesús donde encontramos nuestra capacidad para abrirnos en la entrega generosa por el bien del otro (caridad), para vivir nuestra misión en el mundo.

Ante la invitación de Jesús a vivir una historia nueva de amor, hecha en la pregunta acerca del amor hacia él, se desencadena inmediatamente una respuesta que compromete la vida entera de quien responde, y que necesariamente se manifiesta en una serie de actitudes y acciones concretas que ponen en marcha, propias de quien se descubre amado de manera privilegiada. Hoy Jesús, en un diálogo cara a cara con lo que somos, nos dirige su invitación a través de esta misma pregunta -¿me amas?-. Sólo precisa que le respondamos positiva y decididamente como Pedro–Tú sabes que te quiero-.

Se trata de descubrirse a uno mismo a la luz de Dios y hacer florecer el propio ser. Cada creyente ha de descubrir su propio camino y sacar a la luz lo mejor de sí, aquello tan personal que Dios ha puesto en él (Gaudete et Etsultate 11). Siempre será necesario realizar un constante discernimiento que, incluyendo

la razón y la prudencia, permita entrever el misterio del proyecto único e irrepetible que Dios tiene para cada uno (Christus Vivit 280). “Hay que empezar a preguntarse: ¿me conozco a mí mismo?, ¿conozco lo que alegra o entristece mi corazón?, ¿cuáles son mis fortalezas y mis debilidades?, ¿cómo puedo servir mejor y ser más útil?, ¿cuál es mi lugar en esta tierra?, ¿qué podría ofrecer yo a la sociedad?, ¿tengo las capacidades necesarias para prestar ese servicio?, ¿podría adquirirlas y desarrollarlas?” (Christus Vivit 285). Pregúntate: “¿Para quién soy yo?”». Eres para Dios, sin duda. Pero Él quiso que seas también para los demás, y puso en ti muchas cualidades, inclinaciones, dones y carismas que no son para ti, sino para otros” (Christus Vivit 286). Descúbrete amado por Dios hoy y descubre lo que Dios ha pensado para ti, para que seas feliz y sirvas a los demás.

Después de descubrir la propia vocación, el paso siguiente “consiste en una tarea que requiere espacios de soledad y silencio, porque se trata de una decisión muy personal que otros no pueden tomar por uno” (Christus Vivit 283). Para decidirse por la propia vocación “hay que reconocer que esa vocación es el llamado de un amigo: Jesús.” (Christus Vivit 287). El que descubre este amor que se entrega y quiere lo mejor para cada uno, de manera personal, es capaz de decidirse por el proyecto de Dios en su vida, sabiendo que éste siempre será lo mejor.  ¡Ánimo decídete a responder, porque solamente allí serás feliz y encontrarás la plenitud de tu vida!

Es necesario arriesgar todo con tal de alcanzar aquello que de manera definitiva dará sentido a la existencia. Haber percibido ese amor desbordante de parte de Dios que sólo quiere lo mejor para cada uno, la felicidad, ha de ser el impulso para dejar todas aquellas situaciones que paralizan. “El verdadero amor es apasionado, y cuando lo es te lleva a dar la vida para siempre; a darla con cuerpo y alma” (Christus Vivit 261). “Cuando uno descubre que Dios lo llama a algo, que está hecho para eso, entonces será capaz de hacer brotar sus capacidades de sacrificio, de generosidad y de entrega” (Christus Vivit 273).

“El regalo de la vocación será sin duda un regalo exigente. Los regalos de Dios son interactivos y para gozarlos hay que poner mucho en juego, hay que arriesgar. Será algo que te estimulará a crecer y a optar para que ese regalo madure y se convierta en don para los demás. Cuando el Señor suscita una vocación no sólo piensa en lo que eres sino en todo lo que junto a Él y a los demás podrás llegar a ser” (Christus Vivit 289). “Aún si te equivocas siempre podrás levantar la cabeza y volver a empezar. Arriesguen, aunque se equivoquen. ¡Hagan lío! Echen fuera los miedos que los paralizan. ¡Vivan! ¡Entréguense a lo mejor de la vida!¡Abran la puerta de la jaula y salgan a volar! (Christus Vivit 142-143).

La valentía de arriesgar por la
promesa de Dios

ENCUENTRO, COMPROMISO Y GOZO.

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO

La llamada del Señor nos hace portadores de una promesa y, al mismo tiempo, nos pide la valentía de arriesgarnos con él y por él.

“Mientras Jesús pasaba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés que echaban las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: «Síganme y yo los haré pescadores de hombres.» Y de inmediato dejaron sus redes y le siguieron. Un poco más allá Jesús vio a Santiago, hijo de Zebedeo, con su hermano Juan, que estaban en su barca arreglando las redes. Jesús también los llamó, y ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los ayudantes, lo siguieron” (Mc 1,16-20)

Dos parejas de hermanos –Simón y Andrés junto a Santiago y Juan–, están haciendo su trabajo diario como pescadores. En este trabajo arduo aprendieron las leyes de la naturaleza y, a veces, tuvieron que desafiarlas cuando los vientos eran contrarios y las olas sacudían las barcas. En ciertos días, la pesca abundante recompensaba el duro esfuerzo, pero otras veces, el trabajo de toda una noche no era suficiente para llenar las redes y regresaban a la orilla cansados y decepcionados.

Estas son las situaciones ordinarias de la vida, en las que cada uno de nosotros ha de confrontarse con los deseos que lleva en su corazón, se esfuerza en actividades que confía en que sean fructíferas, avanza en el “mar” de muchas posibilidades en busca de la ruta adecuada que pueda satisfacer su sed de felicidad. A veces se obtiene una buena pesca, otras veces, en cambio, hay que armarse de valor para pilotar una barca golpeada por las olas, o hay que lidiar con la frustración de verse con las redes vacías.

Como en la historia de toda llamada, también en este caso se produce un encuentro. Jesús camina, ve a esos pescadores y se acerca… Así sucede en nuestra vida experimentamos la sorpresa de un encuentro y, en aquel momento, percibimos la promesa de una alegría capaz de llenar nuestras vidas. Así, aquel día, junto al lago de Galilea, Jesús fue al encuentro de aquellos pescadores, e inmediatamente les hizo una promesa: «Os haré pescadores de hombres» (Mc 1,17).

La llamada del Señor es la iniciativa amorosa con la que Dios viene a nuestro encuentro y nos invita a entrar en un gran proyecto, del que quiere que participemos, mostrándonos en el horizonte un mar más amplio y una pesca sobreabundante.

El deseo de Dios es que descubramos que cada uno de nosotros está llamado –de diferentes maneras– a algo grande. En definitiva, la vocación es una invitación a no quedarnos en la orilla con las redes en la mano, sino a seguir a Jesús por el camino que ha pensado para nosotros, para nuestra felicidad y para el bien de los que nos rodean.

Por supuesto, abrazar esta promesa requiere el valor de arriesgarse a decidir. Los primeros discípulos, sintiéndose llamados por él a participar en un sueño más grande, «inmediatamente dejaron sus redes y lo siguieron» (Mc 1,18). Esto significa que para seguir la llamada del Señor debemos implicarnos con todo nuestro ser y correr el riesgo de enfrentarnos a un desafío desconocido; debemos dejar todo lo que nos puede mantener amarrados a nuestra pequeña barca, impidiéndonos tomar una decisión definitiva; se nos pide esa audacia que nos impulse con fuerza a descubrir el proyecto que Dios tiene para nuestra vida. En definitiva, cuando estamos ante el vasto mar de la vocación, no podemos quedarnos a reparar nuestras redes, en la barca que nos da seguridad, sino que debemos fiarnos de la promesa del Señor.

La vida cristiana se expresa también en esas elecciones que, al mismo tiempo que dan una dirección precisa a nuestra navegación, contribuyen al crecimiento del Reino de Dios en la sociedad. Son vocaciones que nos hacen portadores de una promesa de bien, de amor y de justicia no solo para nosotros, sino también para los ambientes sociales y culturales en los que vivimos, y que necesitan cristianos valientes y testigos auténticos del Reino de Dios.

En el encuentro con el Señor, alguno puede sentir la fascinación de la llamada a la vida consagrada o al sacerdocio ordenado. Es un descubrimiento que entusiasma y al mismo tiempo asusta. Esta elección implica el riesgo de dejar todo para seguir al Señor y consagrarse completamente a él, para convertirse en colaboradores de su obra.

No hay mayor gozo que arriesgar la vida por el Señor. A los que dejan las redes y la barca para seguir al Señor, él les promete la alegría de una vida nueva, que llena el corazón y anima el camino.

No siempre es fácil discernir la propia vocación y orientar la vida de la manera correcta. Por se necesitan las ayudas de la oración, la meditación de la Palabra de Dios, la adoración eucarística y el acompañamiento espiritual.

En la historia de María, la vocación fue al mismo tiempo una promesa y un riesgo. Su misión no fue fácil, sin embargo no permitió que el miedo se apoderara de ella. Su sí «fue el “sí” de quien quiere comprometerse y el que quiere arriesgar, de quien quiere apostarlo todo, sin más seguridad que la certeza de saber que era portadora de una promesa. María tendría, sin dudas, una misión difícil, pero las dificultades no eran una razón para decir “no”. Seguro que tendría complicaciones, pero no se dejó paralizar por la cobardía.

Buscar la luz de JESÚS

  1. Lo primero para un discernimiento es situarse frente a Jesús. En el Evangelio, los escribas y fariseos están ciegos y, además, tienen la responsabilidad de guiar a muchos: «son ciegos que guían a ciegos» (Mt 15,14): consideran más importante el oro del Santuario que el Santuario mismo (23,17); cuelan el mosquito y se tragan el camello (23,24); purifican por fuera la copa y el plato, mientras por dentro rebosan de robo y desenfreno (23,25); son ciegos que no reconocen su ceguera (Jn 9,41).

2.La primera de las señales anunciada por Isaías y por Jesús (Is.35,5; Mt.11,5) es ésta: los ciegos ven. Se cumple así lo que dijo el profeta Isaías: «Desde las tinieblas y desde la oscuridad, los ojos de los ciegos verán» (Is. 29,18). En la escritura se nos habla de esa necesaria inteligencia para comprender lo que Dios quiere de cada uno de nosotros: «la sabiduría es una luz eterna (7,26)» Por eso la luz se convierte en la primera de las necesidades para nuestro discernimiento: «Quien sigue a Jesús, no camina en la oscuridad, sino que tiene la luz de la vida» (Jn 8,12).

3.Desde esta experiencia de luz y de oscuridad podemos situarnos en esta primera etapa del discernimiento de la vocación personal a la que Dios nos llama: «Esperábamos la luz y hubo tinieblas, la claridad, y anduvimos en oscuridad» (Is 59,9). Si así son las cosas ¿qué hacer?

4.Nos centramos en el pasaje del ciego de Jericó (Mc.10,46‑52) como respuesta a esta pregunta y podemos ver dónde estamos. El contexto es éste: Los discípulos van con Je­sús por el camino de Jerusalén que es símbolo del lugar de la presencia de Dios, de la comunidad establecida. En realidad, aunque siguen a Jesús están bastante ciegos. Unos, los hijos de Zebedeo, no saben lo que piden, piden los primeros puestos (10,38); los otros diez se indignan (10,41). Muchos, que le siguen, tienen miedo (10,32).

5.«Cuando salía de Jericó, Jesús va acompañado de sus discípulos y de una gran muche­dumbre»: Aparece el primer símbolo

  • la comunidad reunida y en camino. Cualquier signo de salvación de Jesús se dará en el seno de la comunidad reunida en su nombre
  • además, el primer acercamiento es de Jesús, él es el que se acerca y pasa junto al ciego.
  1. «había un mendigo ciego, sentado junto al camino»
  • Nos sitúa la escritura junto al hombre necesitado: un mendigo. La razón de su pobreza es su ceguera.
  • por tanto, no camina, no puede hacerlo por su ceguera. Sólo le queda esperar un acontecimiento de salvación en su vida.
  1. «Al pasar Jesús, el ciego se puso a gritar: ¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Para empezar el ciego:
  • 1º. conoce y acepta su ceguera,
  • 2º. surge la primera oración: “¡Hijo de David! Ten piedad de mí”, por que el ciego sabe que
  • 3º. Jesús puede devolver la luz a su persona como un signo poderoso.
  1. «Muchos le increpaban para que se callara», Son las primeras dificultades que vienen precisamente de los que rodean a Jesús.
  • Los que cierran el grupo de Jesús
  • Los que se sienten intermediarios

Los que piensan que hay que esperar cola, que primero están ellos.

9.«Pero él gritaba mucho más: ¡Hijo de David, ten compasión de mí!». Ante las dificultades sólo hay una solución:

  • Gritar más: es decir orar con mayor intensidad

10.«Je­sús se detuvo y dijo; llamadle»

  • Jesús no está sordo a la oración insistente al final y a pesar de las dificultades que también lo son para que Jesús atienda la necesidad del ciego
  • Jesús para la comitiva. Atender al ciego se hace ahora lo más importante

11.«Llaman al ciego y le dicen: ¡Animo, levántate! Te llama.»

  • Algunos de los seguidores de Jesús hacen la importante tarea de anunciar y llevar la Palabra de esperanza de Jesús hasta el ciego.
  • Son los acompañantes: los catequistas, los buenos pastores, los amigos creyentes…

12.«Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús».

Hay algo que dejar, “cosas” nos impiden dar el salto. Hay que liberarse de las ataduras

13.«Jesús le preguntó: ¿Qué quieres que te haga?»

  • Me siento preguntado personalmente por el Señor
  • Pregunta que atiende a nuestras necesidades más hondas; estas han de ser expresadas

14.El ciego le dijo: Maestro, ¡que vea!

  • ¿Qué necesito yo de Jesús?

15Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino».

  • Se trata de la libertad. Cuando uno ve puede irse o quedarse. Jesús dice puedes irte, el ciego se queda. Sólo estamos preparados para quedarnos cuando estamos preparados para irnos.

La luz, la vista, incluye a este hombre en el grupo de Jesús.

¿Cómo nos situamos ante Jesús? ¿Como ciegos, al borde del camino? ¿Gritando? ¿Hemos sido llamados? ¿Vemos ya? ¿Estamos interrumpiendo? ¿Nos sentimos con libertad para irnos o para quedarnos? ¿Seguimos a Jesús por su camino?

JESÚS LLAMA A LOS PRIMEROS DISCÍPULOS

  1. Nos planteamos las dificultades para seguir a Jesús, son muchas, la primera es tomar conciencia de su llamada. Pero es posible que, si nos fijamos en la experiencia de los primeros apóstoles, entonces podremos orientarnos para saber cómo llama Jesús, en nombre de quién, para qué y cómo. Vamos a situarnos en el evangelio de San Juan y desde ahí intentar aclarar nuestras dudas sobre las llamadas de Jesús.

2Al día siguiente, de nuevo estaba allí Juan con dos de sus discípulos. Al ver que Jesús iba pasando, dijo: “Este es el Cordero de Dios”. Cuando lo oyeron esos dos discípulos, siguieron a Jesús» (Jn.1,35-37). Jesús para ser seguido ha de ser mostrado y para ser mostrado ha de ser reconocido. Es decir, es precisa una atención primera al “paso de Jesús” y esa atención primera viene normalmente de algún “maestro” que ha de estar atento a re-conocer el paso de Jesús por la vida de cada uno. Mostrar a Jesús es señalar: este es. Pero además revelar el misterio de Jesús, su identidad oculta. Solamente desde ahí los dos discípulos, tras oír el testimonio de Juan, optan por seguir a Jesús. Aquí no ha habido todavía llamada y ya hay seguimiento.

3.Pero este primer seguimiento surge más bien de una curiosidad y provoca una pregunta de Jesús que todos deberíamos saber concretar: «Se volvió Jesús al ver que lo seguían, les preguntó: ¿Qué buscáis?» (Jn.1,38a) Ese seguimiento inicial también detiene a Jesús en su caminar…, se vuelve para ver…, y pregunta. Su pregunta interroga nuestra persona, por lo que anhela nuestro propio corazón: ¿Qué buscáis?; se trata de una pregunta que tenemos que concretar y saber expresar. ¿qué buscamos?

4.Entonces «Ellos contestaron: “Rabbí (o sea, Maestro), ¿dónde vives?» (Jn.1,38b) La pregunta que hacen los que son discípulos, busca un lugar de encuentro con Jesús, no se demanda sólo es un sitio, también una situación, o una dirección por dónde se le puede encontrar. Es decir, dónde tengo que ir o dónde me tengo que poner, dónde tengo que estar. Esta pregunta habla ya de una disposición a caminar al encuentro de Jesús, esto quiere decir que estoy dispuesto a dar pasos esperanzados para un encuentro. La respuesta de Jesús a los dos discípulos de Juan, suena a invitación: «Jesús les dijo: “Venid y veréis”. Fueron y vieron dónde vivía. Eran como las cuatro de la tarde y se quedaron con él el resto del día» (Jn.1,39) Venid, veréis. Jesús plantea como respuesta un seguimiento. Se trata de ir a donde él, a su propia situación a su dirección, pero a la vez hay una promesa: veréis. Fueron y vieron. Es como si se nos estuviera contando una historia con su final, al final fueron vieron. ¿qué vieron…?

5.Dos cosas van a quedar por explicar al final del relato: ¿Quién es el discípulo compañero de Andrés? Y ¿Dónde vive Jesús? No hay que buscar explicaciones históricas, sino simbólicas, el discípulo misterioso es el lector que es invitado a seguir a Jesús. Y Jesús vive en medio de la comunidad de los discípulos.

6.«Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los que siguieron a Jesús por la palabra de Juan» (Jn.1,40) Aquí se nos indica otra vez lo dicho anteriormente: Se sigue a Jesús por la palabra de Juan. Otra vez el Jesús mostrado. La palabra, nos indican los evangelios, ha sido la causa del seguimiento. Además, las relaciones familiares se hacen importantes, Andrés es hermano de Simón. «Andrés fue a buscar primero a su hermano Simón y le dijo “Hemos encontrado al Mesías, al Cristo”» (Jn.1,41) La buena noticia del encuentro del Mesías llena de una alegría que hay que comunicar. Se empieza por aquellos a los que más se quiere: la familia, un hermano en este caso. Ahora es Andrés quien muestra a Jesús a su hermano Simón: «Y se lo presentó a Jesús» (Jn.1,42).

7.«Y se lo presentó a Jesús. Jesús miró fijamente a Sión y le dijo: “Tú eres Simón, hijo de Juan; te llamarás Kefas”, que quiere decir Piedra» (Jn.1,42) Jesús también reconoce: “Tu eres Simón”. Llama por el nombre, con lo que eso significa. Jesús llama a la persona concreta tal y como es, con su historia, sus cualidades, sus proyectos, tal y como viene, con sus referentes concretos: “hijo de Juan”, con su familia, la historia de ésta… Jesús acepta la situación. Jesús cambia el nombre de Simón, lo quiere llamar Kefas, Piedra. Jesús frente a toda la historia personal, ofrece otra historia nueva, que renueva de tal forma que se hace necesario el cambio de nombre, es como si dijera: “a partir de ahora serás una persona nueva”, como otra persona, Jesús sella esta renovación con un signo exterior el cambio de nombre: Piedra, es todo un proyecto: duro, seguro, cimiento de una gran construcción… si Jesús nos mira podemos oír el nombre que elige para nosotros: -Piedra; Torrente; Fuego; Huracán; Trueno…

8.«Al día siguiente, Jesús resolvió partir hacia Galilea. Se encontró con Felipe y le dijo: “Sígueme”» Jesús sigue escogiendo a sus amigos, ahora vemos la rapidez de Jesús, no hay ni tiempo para los saludos, con un sígueme, veloz, escueto, austero, llama a Felipe. Y Felipe era vecino. No nos da el evangelio otra razón «Felipe era de Betsaida, el pueblo de Andrés y de Pedro» Da sensación de que la elección de Jesús es como las cerezas que se enredan. Cualquier proximidad a Jesús es válida. También lo es la amistad: «Felipe se encontró con Natanael y le dijo: “Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley y también los Profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret» (Jn.1,45) La noticia pasa de amigos a amigos. Mostrando a Jesús, reconociéndole, identificándole.

9.La referencia es pobre. ¿Cómo puede ser alguien importante siendo hijo de un carpintero y de una aldea pequeña? «Natanael replicó. “Pero ¿que cosa buena puede salir de Nazaret? Felipe contestó “ven y verás”» (Jn.1,46) Parece que los orígenes humildes no convencen. A veces somos nosotros los que ponemos los inconvenientes. ¿Yo?, ¿Porqué yo?… hay que tener cuidado con la autoestima. Felipe también acaba diciendo “Ven y verás”. Parece que hay una insistencia evangélica por que “vayamos” y “veamos”.

10.Natanael se pone en camino, ante la noticia no se queda quieto, sale de sus pasividades y se aproxima a Jesús, éste percibe su presencia, lo conoce, o mejor lo reconoce. Jesús reconoce a los que el Padre ha puesto en su camino. «Cuando Natanael llegaba donde Jesús, éste dijo de él: “Ahí viene un verdadero israelita de corazón sencillo» (Jn.1,47) y Jesús alaba el interior del hombre concreto y en sus cualidades concretas: “corazón sencillo”. Etimológicamente “israelita” significa el que ve a Dios. El texto es muy cercano a “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios”.

11.«Natanael le preguntó: “¿De cuándo acá me conoces?”. Jesús le respondió: “Antes que Felipe te llamara, cuando estabas bajo la higuera (cuando aún no me conocías y buscabas sinceramente cumplir la Ley de Dios), ahí te conocí (puse mis ojos en ti)» (Jn.1,48). Este Natanael se trata del mismo apóstol Mateo, su nombre significa “don de Dios”. «Natanael exclamó: “Maestro, ¡Tú eres el Hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de Israel! Jesús le dijo: “Tú crees, porque te he dicho: Te vi bajo la higuera. Verás cosas mayores que estas» (Jn.1,49-50) La conversión no es la meta. A quien cree, Jesús le hace una promesa mayor; la fe que Jesús ha despertado debe crecer. De la misma forma Jesús nos asegura que “veremos” cosas mayores, la condición es que con sencillez sigamos a Jesús y siguiéndolo seamos testigos de su presencia y de sus actos salvadores entre los hombres….

  • ¿Hay una llamada para mí?
  • ¿Quién me ha mostrado a Jesús: catequistas, padres, amigos?
  • ¿Qué importancia han tenido en la maduración de mi fe?
  • ¿Me siento llamado? ¿Estoy dispuesto a dar pasos?
  • ¿Qué busco?
  • ¿Me siento el como el discípulo anónimo? ¿Descubro que Jesús vive en medio de la comunidad?
  • ¿Estoy pasando la tarde con él?
  • ¿Cuál es tu nombre? ¿Qué nombre te pondría Jesús?

JESÚS LLAMA A LOS QUE AMA

  1. Para poder definir la llamada que siento de Dios puede ser bueno prestar atención a otras llamadas que Dios ha hecho a los hombres y en ellas ver con claridad cuales son sus rasgos semejantes y cuales la originalidad que aportan. Para ello vamos a tomar dos pasajes Mc.1,14-20 y Mc. 3,13-19. De aquí podremos observar el contexto de dichas vocaciones, las circunstancias, los personajes, su contenido… Nos detendremos pues en momentos de la vocación de los discípulos para ver cómo el proyecto de Dios sobre el mundo se realiza a través de seres concretos, y desde ahí preguntarnos el cómo, el cuándo, el por qué de lo que cada uno podemos estar viviendo de nuestro seguimiento de Jesús y sobre los pasos que podremos dar empujados por su palabra.

2.Después que tomaron preso a Juan, Jesús fue a Galilea y empezó a proclamar la Buena Nueva de Dios. Decía: “El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca. Cambiad vuestros caminos y creed la Buena Nueva”(Mc.1,14-15). Jesús es el primero en ponerse en camino, su circunstancia: la muerte de Juan, quizás su vida corría peligro y sabía que todavía no había llegado su hora. Era consciente de la realidad exterior y también de su propia llamada y misión. La llamada va a responder siempre a este doble juego de situación exterior y de conciencia sobre la propia misión. Jesús predica una cercanía muy fuerte de Dios, lo que se convierte en Buena Noticia. Toda acción de Jesús incluso las llamadas que hace se convierten en Buena Noticia para el hombre. Ha llegado el momento. Se acaba la espera.

3.Mientras Jesús pasaba por la orilla del mar de Galilea vio a Simón y a su hermano Andrés que echaban las redes en el mar, pues eran pescadores. Jesús les dijo: “Seguidme y os haré pescadores de hombres”(Mc.1,16-17). Jesús empieza a llamar, “mientras pasaba”, lo que significa que Jesús en un momento u otro acaba “pasando por la orilla” donde están los hombres, en la cercanía a mi vida, por la vida de todos. La cercanía del Reino se traduce en llamada para anunciar de nuevo esa Buena Noticia. Jesús llama a hombres comunes, trabajadores sencillos. No busca a nadie que destaque, sólo que sea capaz de acoger en su vida la Buena Noticia. El convertíos, “cambiad vuestros caminos” coincide con una invitación: “Seguidme”. No viene a pedirnos “obras”, más bien nos llama a creer y a despojarnos de todo lo que nos impide escuchar y ver para poder creer.

4.Y de inmediato dejaron sus redes y le siguieron (Mc1,18). La respuesta es inmediata. Empezaron a vivir con él, a su alrededor, teniendo a Jesús como centro, abandonando su familia, porque ahora tendrán una familia nueva, y su trabajo porque a partir de ahora será otro. Se da una continuidad dentro de una discontinuidad, seguirán siendo pescadores, pero esta vez de hombres. Se cambia una forma de vida para adoptar otra. Un poco más allá Jesús vio a Santiago, hijo de Zebedeo, con su hermano Juan, que estaban en su barca arreglando las redes. Jesús también los llamó, y ellos dejando a su padre Zebedeo en la barca con los ayudantes, lo siguieron (Mc.1,18-20). Jesús te llama como estás, pero no te deja como estás.

5.Veamos una segunda llamada, cuyo contexto es el agobio de la muchedumbre, necesitada y enferma, llena de necesidades, especialmente de una buena nueva: “Después subió Jesús a un cerro” Jesús inicia una subida, se distancia de la gente, no para descansar sino para orar y conocer de Dios quienes eran los elegidos. El monte es siempre el lugar de las presencias especiales de Dios, el lugar del encuentro de la oración en donde surge la sabiduría de Dios. “Y llamó a los que le pareció bien”. Jesús llamó a los que quiso; no se precisan cualidades especiales, dones, belleza, atractivos. En estas palabras se expresa la soberanía de Jesús, pero no hay que entenderlas como si Jesús escogiera caprichosamente, sino que el verbo empleado en hebreo significa “los que él tenía en su corazón”; también podemos interpretarlas como “a los que amaba -quería-“; además siente la necesidad de formar una comunidad de hermanos, que le acompañen y ayuden y a los que enseñar a los que preparar para una misión concreta: el anuncio del mensaje.

6.El evangelio de San Marcos nos cuenta cómo lo hizo: “Una vez reunidos, eligió a doce de ellos para que le acompañasen y para enviarlos a anunciar el mensaje”.  Podemos preguntarnos ¿qué significa “para que le acompañasen”? En primer lugar este es el objetivo de todo este párrafo: que estén con él. Con una presencia física, que se convierte en acompañamiento, de forma permanente, y esto como fruto también de una opción que responde a una elección. Jesús llama a la comunión con Él.

7.«Los llamó apóstoles». Les llama con un nombre diferente al de discípulos: apóstoles. Esto nos habla de una cercanía especial, de una misión diferente de una mayor intimidad con Jesús.

8.«Les dio autoridad para expulsar a los demonios». ¿Qué significa esto? ¿Cuáles son los “demonios” que tenemos que expulsar?

9.Estos son los nombres de los doce que escogió: Simón, a quien llamó Pedro; Santiago y su hermano Juan, hijos de Zebedeo, a quienes llamó Boanerges (es decir Hijos del Trueno); Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás y Santiago, hijo de Alfeo; Tadeo, Simón el Zelote y Judas Iscariote, el que traicionó a Jesús” (Mc 3,13-19).

  • ¿Ha pasado o pasa Jesús por mi vida?
  • ¿Cuál es mi contexto personal?
  • ¿Huyo, busco tranquilidad, seguridad?
  • ¿He sentido que Jesús me llama?
  • Frente a la elección ¿Tengo opciones? ¿Estoy dispuesto a dar pasos?
  • ¿Qué busco?
  • ¿Me siento discípulo o apóstol?
  • ¿Descubro que Jesús busca estar conmigo, mi compañía?
  • ¿Cuál es mi nombre? ¿Qué nombre me pondría Jesús?
  • ¿A qué comunión me siento llamado?

LA PROFECÍA DE JESÚS Y MI PROFECÍA

  1. Para abordar el tema de la profecía es preciso que nos situemos ahora ante Jesús como profeta, con su misión de profeta y con un estilo profético. Será interesante comprender
    1. ¿Cuál era la esencia de la profecía de Jesús?
    2. Que Él vino para realizar el proyecto de Dios sobre el mundo.
    3. Que la voluntad de Dios sobre nosotros es una oferta por compartir, desde una opción consciente y libre, su proyecto, al estilo de Jesús.

2.JESÚS PROFETA. La fuerza de la experiencia surge con el bautismo de Jesús que se convierte en un gran signo de Dios. “Un día, con el pueblo que venía a bautizarse, se bautizó también Jesús” (Lc.3,21). Jesús llega al tiempo de participar plenamente en el proyecto de liberador de Dios. Son signos de este comienzo la presencia del Espíritu y la Palabra de Dios que señala, elige, se manifiesta, indica. “Y mientras estaba orando, se abrieron los cielos; el Espíritu Santo bajo…. Y del cielo llegó una voz: Tú eres mi hijo, el Amado; tú eres mi elegido” (Lc.3,21-22). Esta doble presencia será recogida por Jesús como una unción.

3.El origen de la historia. Comienza con un caminar de Jesús hacia la experiencia de discernimiento, quizás en búsqueda para comprender las palabras llegadas del cielo y tras experimentar en sí la fuerza misteriosa y desconocida del Espíritu. “Jesús lleno del Espíritu Santo, volvió de las orillas del Jordán y se dejó guiar por el Espíritu a través del desierto donde estuvo cuarenta días y fue tentado por el diablo” (Lc.4,1-2). 40 días en el desierto; tiempo de espera confiada, lugar de intimidad y soledad, lugar austero, en donde aparece la prueba satánica, enmarcada por una disputa sobre la Palabra de Dios. En esta experiencia guiada, de discernimiento, Jesús toma conciencia de su “vocación” y llega a tres certezas sobre su misión:

  1. Su misión es servir y poner su fuerza, y sus dones al servicio de los hombres a los que es enviado y que están necesitados de profunda liberación. –El pan no es para Él
  2. Colabora con su Padre y se debe a él desde la obediencia y la aceptación. –No es el llamado a gobernar, ni siquiera a evangelizar desde el poder, sino a aceptar y obedecer
  3. Su misión es arriesgada, y sabe que no ha de buscar seguridades fáciles. –Frente a las falsas seguridades comprende que el empeño puede costarle la vida-

4.El contexto es Nazaret: su casa, su familia, su “iglesia”. Jesús comienza a experimentar el poder otorgado por el Espíritu, se embarca en la tarea. Enseña y es reconocido por sus vecinos, parientes y amigos. “Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu, y su fama corrió por toda la región. Enseñaba en las sinagogas de los judíos y todos lo alababan” (Lc.4,14) Aquellas gentes sencillas acogían con gusto su enseñanza, que se acompañaba de signos fuertes.

5.La acción: La lectura del profeta Isaías. “Llegó a Nazaret, donde se había criado, y, según se acostumbraba, fue el sábado a la sinagoga… le pasaron el libro del profeta Isaías… y halló el pasaje en que se lee: El espíritu del Señor está sobre mí. El me ha ungido para traer la buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos que pronto van a ver, para despedir libres a los oprimidos y para proclamar el año de la gracia del Señor” (Lc.4,16-19; citado Is.61,1-2) Jesús no leyó el final del versículo 2 que habla de la venganza de Dios. Todos estaban atentos. El dijo “Hoy se cumplen estas profecías que acabáis de escuchar” (Lc.4,21). Comienzan unos tiempos nuevos. Termina el tiempo de las promesas, comienza el de los cumplimientos, Jesús se nos muestra como profeta porque ahora tiene algo que decir de parte de Dios.

6.El contenido: Jesús se sabe enviado por Dios como mensajero de misericordia y de liberación a quien está sin esperanza. Jesús se sabe llamado a la realización de la profecía, de su profecía. El núcleo de la misma está en la liberación de todo lo que oprime al hombre. “Jesús contestó a los mensajeros: -Id y contad a Juan lo que estáis viendo y oyendo: -los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia una buena Nueva a los pobres”(Lc.7,22-23); O expresado de otra forma más sencilla: “Jesús tomó la Palabra y les dijo: -No son las personas sanas las que necesitan médico, sino las enfermas” (Lc.5,31). Esta opción por los pobres y sencillos acarreaba las críticas: “Todos, publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los fariseos, pues con los maestros de la Ley murmuraban y criticaban: -éste hombre recibe a los pecadores y come con ellos” (Lc.15,1-2). Esta liberación se realiza en el perdón generoso e incondicional de los pecados y se confirma con las señales que acompañan a la Palabra anunciada: “Los discípulos salieron a predicar por todas partes con la ayuda del Señor, el cual confirmaba su mensaje con las señales que lo acompañaban” (Mc.16,20).

7.Jesús vive desde la profundidad su vocación y su misión que se concreta en tres modos de ser que le definen y definen también el sentimiento de cualquier profeta:

    1. Libertad gozosa: Siento que puedo actuar con libertad aún en situaciones difíciles, a pesar de los condicionamientos que ponen en aprietos mi vida.
    2. Fresca espontaneidad: Sintiendo en el interior fuerza para afrontar las situaciones de un modo inexplicablemente nuevo.
    3. Gusto de los textos confirmados por la vida: Disfrutando con la experiencia por la que veo que lo anunciado y escrito se cumple en lo que vivo, que los textos se hacen verdad porque me reflejan, que inexplicablemente la Palabra dice lo que está pasando dentro de mí. Y además la Palabra, también concreta lo que Dios quiere de mi.

8.Yo, profeta. Jesús se descubre profeta en los textos de Isaías. ¿Puede su experiencia ser como la nuestra? Es decir, ¿puedo yo encontrar el texto en el que veo reflejado y que concreta la voluntad y la misión que Dios tiene pensada para mí? “Sucederá en los últimos días, dice Dios: derramaré mi espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos e hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños. Y sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi espíritu” (Hc.2,17-18). La participación en el espíritu profético es propia del Nuevo Testamento y esto por el bautismo que hemos recibido. Todo cristiano es llamado a una misión profética. ¿Qué profecía me siento llamado a realizar?

9.Esto es también escuchar y concretar la escucha. Llegar a concretar por la escucha y por el discernimiento la propia profecía se convierte en el tesoro o la perla que es preciso encontrar. “El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo. El que lo descubre lo vuelve a esconder y, de tanta alegría, vende todo lo que tiene para comprar ese campo” (Mt.13,44). Es preciso buscar, es preciso encontrar, es preciso hacer propio. Por tanto, la escucha de la palabra ha de ir orientada también en la búsqueda de lo que se ha de hacer. ¿Cuál es mi profecía? No es tanto buscar qué me va a pasar o que me dice el Señor en tal o cual circunstancia, sino fundamentalmente oír qué palabra he de gritar. Cualquiera que sea la elección que haga en mi vida tendrá que ser expresión de esta llamada.

10.Puede surgir en nosotros una pregunta ¿Quién soy yo para ser profeta? No olvidemos las Palabras de Jesús: “Vosotros no me habéis escogido a mí. Soy yo quien os escogió a vosotros” (Jn.15,16)

11.Trayectoria. Hay una especie de itinerario que va, como en el caso de Jesús de la profecía a la cruz. La cruz que surgirá, como en el caso de Jesús, como un conflicto personal por cumplir la profecía.

– ¿Crees que Dios te puede elegir? – ¿Puedes participar en el Proyecto de Dios?- ¿Ha concretado en ti su llamada? ¿A qué te llama?- ¿Cuál es tu tesoro?- ¿Se puede ser libre aceptando la voluntad de Dios?- ¿Cuál es o ha sido tu desierto?- ¿Dónde soy tentado y cuáles son mis tentaciones?

LA PROFECÍA DE JESÚS A LA CIUDAD

Lc.19,28-48.

  1. Nos detenemos ante la profecía de Jesús a la Ciudad, símbolo de la sociedad, y del mundo, para contemplar el proyecto de Dios sobre él, proyecto que se realiza en Él y que Él propone a sus discípulos para que opten por compartirlo. Hacemos un ejercicio de imaginación con los ojos cerrados. Nos ponemos en el lugar de Jesús y visionamos en nuestra mente la realidad que vivimos, el mundo que nos rodea. Durante un tiempo la contemplamos fijándonos en las diferentes situaciones que suceden. ¿Cómo percibo la sociedad?

Es el momento de la entrada de Jesús en Jerusalén y la aclamación popular. «Dicho esto Jesús siguió su camino. Todos subían a Jerusalén y Jesús iba delante» (Lc.19,28) Jesús se presenta como guía, como pastor de su gente, encabezando una multitud “todos”. Jesús tiene un doble destino: la Ciudad y en esta el Templo. Llegaron cerca de su destino y se impone un signo: «Cuando llegaron a Betfagé y Betania, cerca del monte llamado de los Olivos, Jesús dijo a dos de sus discípulos: “id al pueblo que está enfrente. Al entrar encontraréis amarrado un burrito que nadie ha montado hasta ahora. Desatadlo y traedlo. Si alguien os pregunta ¿Por qué lo desatáis?, contestad: El Señor lo necesita» (Lc.19,29-31). La elección de la cabalgadura tiene su significado. Su misión acabar con la idolatría de la fuerza y el poder representados en los caballos y carros; y con la intención de establecer la paz y extender su dominio a lo universal. «Salta, llena de gozo, oh hija de Sión, lanza gritos de alegría hija de Jerusalén. Pues tu rey viene a ti; él es santo y victorioso, humilde, y va montado sobre un burro, un pollino de borrica» (Zac.9,9-10). Y toda la ciudad grita: «Bendito el que viene, el Rey, en el nombre del Señor» (Lc.19,38).

Jesús quiere entrar en la ciudad, quiere entrar en su vida, en su complejidad. Por eso se dirige a Jerusalén. Entra de manera fuerte, bajo el título de rey, en una ciudad que tiene sus autoridades, civiles y religiosas; sus problemas, sus complejidades. Todos ellos temblarían ante ese título de Rey, gritado a Jesús por las gentes a la puerta de la ciudad. La entrada de Jesús en Jerusalén, era un gesto que tenía un significado político y social. Es un gesto que Jesús no busca pero que acepta. La entrada en un asno significa que su misión es acabar con la idolatría de la fuerza y el poder representados en los caballos y carros. Jesús acepta el compromiso político pero indica su raíz: el servicio humilde que opta por llevar el peso de todos. Esta es la raíz de su mesianismo. ¿Cómo quiero entrar yo en mi ciudad? ¿Con qué actitud?

«Cuando estuvo cerca, al ver la ciudad, lloró por ella, y dijo: “Ojalá en este día tú también entendieras los caminos de la paz”, pero son cosas que no puedes ver ahora» (Lc.19,41-42). Podríamos preguntarnos: ¿por qué llora Jesús por esta ciudad simbólica? La razón es apuntada por él mismo: “Jerusalén no ha comprendido los caminos de la paz”. Jesús por tanto quiere el camino de la paz como camino por el que ha de andar “la ciudad”. La paz, en la escritura es el conjunto de todos los bienes mesiánicos: la paz con Dios, la paz entre los hombres, la prosperidad, la salud, una familia en armonía, la alegría de la vida cotidiana, la alegría de cantar juntos, la plenitud de todo lo que hace bella la vida… Jesús desea que se camine hacia esta paz. Lo desea para Jerusalén, prototipo de la comunidad civil y religiosa, de la humanidad. ¿Qué es para mi la paz? ¿En qué consiste?

Si nosotros estamos con Jesús entonces hemos de querer el camino de la paz, es decir, la prosperidad social, política, de la justicia, de la victoria contra el hambre, de la superación de la distancia de los países pobres y ricos, de la destrucción de las armas, la capacidad de resolver las disputas entre países de forma pacífica, de la abolición de todo tipo de guerra. Cada uno ha de sentirse llamado por la palabra de Jesús, por su deseo de paz. Es parte de la vocación a la que somos llamados: trazar caminos de paz en el propio compromiso.

  1. ¿Cuál es la profecía civil que me puede ser pedida como opción de vida? La respuesta será cercana a la de Jesús: la paz; que se puede traducir en múltiples modos: promover la dignidad de la persona; venerar el derecho a la vida; defender la libertad religiosa; promover la familia; promover la solidaridad; la participación y el protagonismo en política; saber poner al hombre en el centro de la vida y de las cosas; evangelizar la cultura.
  2. Esta misión es difícil, pero es necesario sentir el compromiso del trabajo como una vocación, como una misión. La dificultad surge de los errores, los egoísmos individuales, las ideologías que buscan la justificación de las actitudes equivocadas, etc…
  3. Frente a las dificultades que nos podemos encontrar en la sociedad para desarrollar nuestra misión civil, hay tres formas de respuesta posibles: a) Buscar el tener, el poder, el dinero, el éxito… b) Desimplicarse: no me comprometo. c) Implicarse, afectiva, responsablemente. Participar en la sociedad desde la autenticidad y desde el propio esfuerzo.
  4. Frente a todo esto Jesús elige para sí mismo dar la vida, comprometerse a costa de la propia vida y esto lo hace para darnos fuerza, para que perseveremos en nuestra propia profecía civil, que de algún modo nos toca a todos.
  1. Preocuparse por lo que es público, no sólo por lo propio. La dimensión cotidiana de la profecía civil, empieza por el respeto y el cuidado de los bienes comunes.
  2. Contribuir a la paz y a todo lo que tiene que ver con ella. Política, instituciones sociales, formas de voluntariado, etc te puedes preguntar: ¿En qué puedo contribuir yo a la paz? ¿Cómo puedo orientar mi vida en este sentido? (parroquia, grupos, enfermos, misiones, etc…)
  3. Hay alguna profecía civil que el Señor me propone de manera particular. Es posible que haya una opción ligada a mis estudios, a mis gustos, a mis deseos….

Seguir a Jesús:
aceptar la cruz

(Lc 9,21-23; Lc 9,43b-45; Lc 18,31-34,)

1º«El Hijo del Hombre tiene que sufrir mucho, y ser rechazado por las autoridades Judías, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la Ley. Le quitarán la vida y al tercer día resucitará. Después Jesús dijo a toda la gente: “Si alguno quiere seguirme que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y me siga»(Lc 9,21-23);

2º«Mientras todos quedaban admirados por las cosas que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: “Tenéis que entender muy bien esto: el Hijo del Hombre tiene que ser entregado en manos de los hombres”. Pero ellos no comprendieron estas palabras. Algo les impedía comprender lo que significaban y temían pedirle una aclaración»( Lc 9,43b-45);

3º º«Jesús tomó consigo a los Doce para decirles: “Ahora subimos a Jerusalén y va a cumplirse todo lo que escribieron los profetas sobre el Hijo del Hombre. Pues será entregado a los extranjeros, que se burlarán de él, lo maltratarán, lo escupirán y después de azotado lo matarán; pero al tercer día resucitará” Los doce no entendieron nada de esto; era lenguaje misterioso para ellos y no comprendían lo que les decía»(Lc.18,31-34);

Podemos hacernos tras la lectura de conjunto algunas preguntas: ¿En qué circunstancias Jesús habla de su futura muerte y de la cruz? ¿Qué anuncia concretamente? ¿Cuál es la reacción de los discípulos?

1ª y 3ª en un momento de exaltación de los discípulos. Los discípulos creen haber entendido al Maestro y tener ya las claves de su misterio, entonces Jesús dice: ¡atención! os estáis equivocando, no sabéis todavía que «el Hijo del hombre debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley, entregado a la muerte y resucitar al tercer día» (Lc 9,22). En el capítulo 18,30 tenemos otro momento de exaltación pues Jesús ha dicho: «Vosotros que habéis dejado todo recibiréis mucho más en el tiempo presente y la vida eterna». La perspectiva es de gozo y euforia para los discípulos, pero añade: tened en cuenta que seré entregado a los paganos, escarnecido, ultrajado y matado. Los apóstoles entonces no entendieron nada. La segunda predicción, en cambio, acontece en un momento de exaltación de la multitud. Jesús ha curado al epiléptico endemoniado, la gente está sorprendida por las obras de Dios, y entonces Jesús dice a los discípulos ¡atención! meteos en la cabeza que seré entregado en las manos de los hombres: “les prohibió terminantemente que se lo dijeran a nadie” (Lc 9,21).

Jesús anuncia su destino histórico-salvífico como -Hijo del hombre- las tres veces; este es el aspecto de Jesús que será glorificado, partiendo de una seria aceptación de su humanidad y del destino histórico de una humanidad decadente y sufriente; pasará antes por el sufrimiento y el compartir nuestra condición de pecadores en un modo injusto y violento. Las acciones que se cumplirán sobre él están expresadas en pasivo: tendrá que padecer, ser rechazado por los ancianos y los sumos sacerdotes, ser matado, ser realzado o resucitado.  Quien ha elegido, como Jesús, la voluntad del Padre, entra en esta pasividad. Así la primera predicción.  En la segunda predicción, será entregado en manos de los hombres. ¿Qué le podrán hacer los hombres? La tercera predicción precisa aún más las acciones pasivas: escarnecido, ultrajado, escupido, azotado, matado. Describe situaciones de violencia física y, sobre todo, moral. Jesús anuncia, por tanto, los sufrimientos morales y físicos del Hijo del hombre, bajo los jefes, los responsables; anuncia un rechazo público: civil y religioso de sí, una derrota, un intento logrado de eliminarlo en manera programada y total. Los apóstoles no lo aceptan. A la vez, Jesús anuncia también su victoria definitiva expresada como resurrección: “resucitará al tercer día”. Este es el misterio de la cruz, un misterio que hace temblar, que da miedo, ante el que nos rebelamos.

Podemos reconocernos fácilmente en las reacciones de los discípulos. La primera predicción no indica reacción alguna: un muro de silencio. En la segunda predicción, los apóstoles han ido madurando en su interior. Probablemente se habían sentido desconcertados, pero gradualmente se rehacen y surgen los sentimientos en Lc 9,45: “no entendían lo que quería decir; les resultaba tan oscuro, que no llegaban a comprenderlo, y tenían miedo de hacerle preguntas sobre ello”. Cuando Jesús, en la tercera predicción, repita el anuncio, nuevamente no comprenderán nada (Lc 18,34). Es interesante retomar los verbos – son cuatro- que indican el no comprender de los discípulos; dos que significan ‘velar’, ‘esconder’ y dos que significan ‘temor’, ‘miedo’. Los discípulos no comprenden el misterio salvífico, no comprenden las Escrituras; están endurecidos por el temor, ni siquiera le piden a Jesús que se explique mejor, están perdidos. Observamos el bloqueo del miedo, miedo al designio de Dios, miedo de ser implicados en él. Me puedo preguntar ahora: ¿qué miedos hay en mí? Puedo endurecerme por el temor a saber más, por el cerrar mis ojos sobre mi fragilidad y mi debilidad en seguirle.

Es muy instructiva, si bien algo diversa en cada una de las tres predicciones. En la primera predicción, sin esperar una respuesta de los discípulos, continúa dirigiéndose a todos: “El que quiera venir en pos de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y me siga” (Lc 9,23). Indica, por tanto, las consecuencias de lo que ha dicho anteriormente y afirma justo eso que los apóstoles no querían escuchar: lo que me ha de tocar a mí le tocará también a quien me sigue. Distinta y más confortante es la reacción de Jesús en la segunda predicción. Los suyos no han entendido el sentido de sus palabras, tienen miedo de dirigirle alguna pregunta al respecto, y entonces él cogió un niño, “lo puso junto a sí y les dijo: El que acoge a este niño en mi nombre, a mí me acoge” (Lc 9,48). Vosotros sois rígidos, duros, miedosos, mientras que un niño se comporta con sencillez, se deja hacer, no tiene miedo de venir a mis brazos, de ser acogido por mi designio, se fía. Es una imagen muy hermosa para desatar el corazón. Es también hermosa la imagen elegida para activar la atención de los discípulos después de la tercera predicción: Jesús da la vista al ciego de Jericó, como queriendo decir: sí, vosotros estáis ciegos, no conseguís nada, e incluso hay uno que puede abriros los ojos para conocer las Escrituras (Cf. Lc 18,35). Jesús reacciona consecuentemente, sin volverse atrás de cuanto ha dicho y, a la vez, indica los caminos para superar el obstáculo: ser como niños, confiar en él que abre los ojos al ciego y puede abrir los ojos de la mente a quien tiene miedo de ver el designio de Dios. Os sugiero que toméis por vuestra propia cuenta esta catequesis o que releáis los textos, parándoos con tiempo como si vosotros mismos fueseis los discípulos.

¿Qué mensaje tienen las tres predicciones de la pasión y cómo puedo profundizarlo para mi vida? Te ofrezco la síntesis del mensaje de Jesús en tres expresiones: lo que Jesús nos ofrece es un anuncio necesario, progresivo, liberador.

  1. Para quien ha elegido a Jesús es un anuncio necesario; en efecto, elegirlo quiere decir seguirlo, ir adonde él va, entender donde va él y simpatizar con su meta. Es la opción de salir con él del mal de la humanidad, pasando, como Él, a través de la muerte; el mal de la humanidad que es la violencia, la mentira, la injusticia y, en formas más ‘blandas’ la pereza, la indolencia, la idolatría, la neurosis que oprime. Jesús ha salido de ello pasando por la cruz y, para seguirlo, tengo que tomar consciencia de mis pesadeces, de mis límites, de mis bloqueos, para salir de ellos con coraje. Es un anuncio necesario porque tal es el plan salvador de Dios. Es un anuncio necesario porque sólo en la cruz nosotros somos redimidos, sacados del mal.
  2. Es un anuncio progresivo; y, en efecto, repetido, cíclico, vuelve y tenemos necesidad de que vuelva porque no lo entendemos ni la primera ni la segunda vez. Tal vez poco a poco lo entenderemos un poco. No basta escucharlo una, dos, tres, cuatro veces para presumir que lo entendemos. ‘Oh, Señor, nosotros nos quedamos ignorantes y torpes frente a tus designios. Instrúyenos en tu ley –como dice el salmista-, haz que escuchemos día y noche tus palabras’.
  3. Es, sin embargo, un anuncio liberador. Jesús nos desata, haciéndonos sencillos como niños, capaces de fiarnos del Padre que nos toma entre sus brazos. Y es liberador porque Jesús mismo nos abre los ojos como al ciego de Jericó y nos dice: Quiero que tú veas tu destino, mi destino, el verdadero camino de la humanidad, el verdadero modo de salir de la guerra, del mal, de la violencia… no tengas miedo de pasar por la cruz. Es un anuncio liberador por las opciones: solo mirando a la cara a la cruz y a la muerte el hombre llega a ser libre en sus opciones; mirando a la muerte y a la cruz con los ojos de Jesús se desatan los miedos, se mitigan las ansias de las indecisiones, se clarifican las ideas y nosotros comenzados a respirar como el Señor y se empieza a decir: ‘Señor, veo’. Tal vez veo solo los hombres como árboles que caminan, pero algo identifico, veo dónde estoy y con quien voy; dentro de poco podré afirmar con gozo: ‘Señor, ahora no soy extranjero en tu mundo, me siento en casa también en este mundo difícil, mentiroso y corrompido, porque, sin huir de él, sé cómo vivir haciendo opciones de verdad y de libertad’.

Como sugerencia para la contemplación os doy una muy sencilla y eficaz: mirar a Jesús y dejaos confortar por su fuerza. ‘Oh, Jesús, tu estás presente en la Eucaristía porque has pasado a través de la muerte y estás aquí para mí como fuerza liberadora e iluminadora. Haz, Jesús, que yo me deje confortar por tu fuerza’.

Así, en el clima de oración y de adoración, os podría hacer dos preguntas:

1.- ¿Cuáles son mis miedos delante del misterio de la cruz? ¿De qué modo yo también participo de la incomprensión de los apóstoles, de sus miedos para preguntar?

2.- ¿Cuáles son mis miedos para preguntarme y para preguntar al Señor sobre las consecuencias de mi opción? ¿Qué es lo que más me bloquea para buscar siempre más y para mirar mejor? En este momento ¿qué me da miedo si pienso en mi opción y en lo que podría ser llamado a elegir?

Son preguntas que han de ser ‘inundadas’ por la oración, para que no resulten opresoras, sino para que lleguen a ser agilidad, limpieza, purificación.

ORACIÓN: Danos, Señor, el abrir los ojos delante del misterio de tu muerte y resurrección, para que meditemos estas realidades contigo, resucitado en el corazón, contigo que has alcanzado ya la plenitud del Reino del Padre y lo preparas para nosotros a través de estos caminos y estas opciones.

Los Sentimientos de Cristo

«Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo»(Flp 2, 5).

El apóstol Pablo escribe una carta a la comunidad cristiana de la ciudad de Filipo mientras está en la cárcel a causa de su predicación. Precisamente él ha sido el primero en llevar allí el Evangelio, y muchos han creído y se han comprometido con generosidad en la nueva vida, testimoniando el amor cristiano después de que Pablo haya tenido que irse. Estas noticias le dan una gran alegría, y por eso su carta está llena de afecto a los filipenses.

Pablo los alienta a progresar, a seguir creciendo personalmente y como comunidad, y para ello les recuerda su modelo, del cual aprender el estilo de vida evangélico.

Y ¿qué «sentimientos» son esos? ¿Cómo es posible conocer los deseos profundos de Jesús para poder imitarlo?

Pablo ha comprendido que Cristo Jesús, el Hijo de Dios, se vació de sí mismo y vino en medio de nosotros; se hizo hombre, totalmente al servicio del Padre, para permitirnos a nosotros convertirnos en hijos de Dios. «La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre»(Ga 4, 6). «A todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios» (Jn 1, 12).

Llevó a cabo su misión viviendo toda su existencia de este modo: abajándose continuamente para ponerse a la altura de los más pequeños, los débiles e inseguros, y así aliviarlos y que se sintiesen por fin amados y salvados: el leproso, la viuda, el extranjero, el pecador.

Para reconocer y cultivar en nosotros los sentimientos de Jesús, reconozcamos ante todo en nosotros la presencia de su amor y el poder de su perdón; luego mirémoslo a Él y hagamos nuestro su estilo de vida, que nos apremia a abrir el corazón, la mente y los brazos para acoger a cada persona tal como es. Evitemos cualquier juicio a los demás, y en lugar de eso dejemos que nos enriquezca lo positivo de cada persona con quien nos encontramos, aunque esté oculto tras un cúmulo de miserias y errores y nos parezca una «pérdida de tiempo» buscarlo.

El sentimiento más fuerte de Jesús que podemos adoptar es el amor gratuito, la voluntad de ponernos a disposición de los demás con nuestros pequeños o grandes talentos, para construir con valentía y concretamente relaciones positivas en todos los lugares donde vivimos; es saber afrontar también las dificultades, incomprensiones y divergencias con espíritu de mansedumbre y con la determinación de encontrar caminos de diálogo y de concordia.

Chiara Lubich, que durante toda la vida se dejó guiar por el Evangelio y experimentó su poder, escribió: «Imitar a Jesús significa comprender que los cristianos tenemos sentido si vivimos por los demás, si concebimos nuestra existencia como un servicio a los hermanos, si planteamos toda nuestra vida sobre esta base. Entonces habremos realizado lo que más le importa a Jesús. Habremos comprendido el Evangelio. Y seremos en verdad bienaventurados».

LETIZIA MAGRI

EL DESAFÍO VOCACIONAL DE LAS PARÁBOLAS

Presentación

Todos estamos invitados a participar de la vida y de la felicidad de Dios es plenitud. Es una invitación inesperada. La iniciativa parte de Dios. Es una invitación a ser lo que debemos ser; a ser hombres y mujeres a imitación de Jesús. Es decir, a serlo desde el amor y desde nuestra vinculación con Cristo. No tiene otro sentido nuestra vida; pero hay que descubrirlo, hay que valorarlo y después… hay que hacer lo que sea para vivirlo sin mediocridades.

El Reino es de un valor tan alto que nada se lo puede comparar; merece la pena desprendernos de lo que sea para centrarnos en él, como nos dice la parábola del tesoro escondido. Ese Reino se va desarrollando en nosotros bajo la acción de Dios como una semilla sembrada en el campo, que germina sin saber por qué ni cómo; y aunque tiene una apariencia muy pequeña como la tiene el grano de mostaza, se desarrolla como éste y tiene una fuerza capaz de cambiar el mundo como el fermento la tiene para hacer fermentar toda la masa.

Todos estamos llamados a participar en el Reino, pero no con actitudes de pasividad, sino con sentido de responsabilidad. Cada uno desde su puesto. Responder a nuestra vocación no consiste simplemente en entrar, sino en participar con el Señor y con los hermanos en la marcha del Reino. Se trata de ocupar un puesto y desempeñar una tarea.

No sé si se valora debidamente la vocación de dedicación en exclusiva al Señor. A veces se mira como una opción que, de alguna manera, depende de nosotros. Decidirse a seguir el camino del Señor y aceptar como propio su proyecto de vida, supone una fuerte dosis de fe y de disponibilidad. Para ello, hemos de ser conscientes del valor que tiene para un cristiano ser llamado a participar del mismo proyecto de vida de Jesús. Sin esta visión no es fácil renunciar a muchas cosas a las que también renunció Jesús en función de su proyecto.

1.1.- Resumen de la parábola.

Un hombre encuentra un tesoro escondido en un campo. Lo esconde de nuevo, vende todas sus cosas y compra el campo. Lo mismo, un mercader en piedras preciosas. Encuentra una de gran valor y vende todo para comprarla.

1.2.- Escuchar.

 “El reino de Dios puede compararse a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra, lo primero que hace es esconderlo de nuevo; luego, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra aquel campo. También puede compararse el Reino de Dios a un comerciante que busca perlas finas. Cuando encuentra una de mucho valor va a vender todo lo que tiene y la compra”.

1.3.- Reflexión.

El hombre siempre busca algo. Tú, también. ¿Qué estás buscando? Algo que te llene y te haga feliz.

Dios trasciende todo. Nada puede compararse a la posesión de Dios. Ahí está su valor. Por eso, todo es nada comparado con el Reino. Hay que captar su valor; de lo contrario no se aprecia. Esto es algo que sólo desde la fe se puede entender y vivir. Sólo cuando se es consciente de su valor, se puede dar el paso de vender todas las cosas para quedarse con el tesoro.

Lo que llama la atención es la decisión de vender todos los bienes para comprar el campo donde se encontró el tesoro; o la piedra de gran valor. Se destacan tres actitudes: decisión, alegría y sensibilidad. “Lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra aquel campo”. Lo mismo el mercader que encuentra una piedra de gran valor: “Va a vender todo lo que tiene y la compra”.

En la parábola del tesoro hay que destacar el gesto de ir “corriendo de alegría” a vender todo. En la piedra preciosa habría que destacar la sensibilidad; es cuando se puede saborear. Como la amistad o la maternidad o la paternidad. Hay que vivirlo para apreciarlo.

Ser como Dios supera de tal manera nuestras posibilidades que el simple hecho de querer conseguir serlo por sí mismo fue el pecado de Adán. La tentación fue: “seréis como Dios”. Ser como Dios es el proyecto de Dios sobre el hombre. Es su proyecto sobre ti. Pero es un proyecto de Dios, no nuestro.

Hay distintas clases de vida. Piensa en la diferencia que hay entre la vida vegetal y la animal; y entre ésta y la humana. Dios, que tiene su propia vida, te invita a participar de ella, te invita a tener sus mismos sentimientos, proyectos, estilo, felicidad… sencillamente, te invita a ser como Él. Y dentro de esta vocación cristiana, te invita a asumir como propio, el proyecto de Jesús.

Cuando se siente amado y querido por Dios es cuando se siente con fuerza para dejar todo aquello que le impide gozar del único amor, del amor inmenso de Dios, del amor fuente y raíz de todos los amores.

1.4.- Piensa en tu vida.

Se te ha revelado la existencia del tesoro. Fíate de Él. La valía del tesoro es extraordinaria. Nada se le puede comparar. El tesoro es nada menos que participar de su mismo ser y del mismo proyecto de vida de Jesús.

¿Qué has sido capaz de vender para conseguir ese tesoro? ¿Vale la pena quedarte con algo que te impida conseguirlo? ¿Te ha costado venderlo o lo has vendido corriendo de alegría? ¿Te estás desprendiendo de verdad o estás siempre con indecisiones? ¿Estás siempre pendiente de lo que has vendido dando gracias por lo que has conseguido? No seas inconsecuente. No olvides que quien elige, renuncia. Elige lo mejor y renuncia a todo aquello que es incompatible con lo que has elegido.

¿Sabes apreciar el don de Dios que has recibido? Hay que decidirse a recibirlo como regalo de Dios. Este regalo es incompatible con otras cosas. Si lo aceptas has de renunciar a ellas. Por eso hay que arriesgarse a vender, si te decides a aceptar el regalo.

1.5.- Mirando al futuro.

La vocación es un regalo de Dios. Es un tesoro escondido. Hay que decidirse a vender muchas cosas. Si la quieres seguir hay que vender de verdad. Si quieres seguirla de verdad, hay que vender lo que es incompatible con ella, aunque sea moneda corriente en los demás. Hemos de estar dispuestos a desprendernos de lo que sea, si queremos ser como Dios quiere que seamos.

Hay por delante todo un proyecto de vida que es un tesoro, una predilección del Señor. Quizás tienes TU PROYECTO. ¿No valdría la pena descubrir cuál es EL PROYECTO DE DIOS sobre ti? Ese proyecto es el tesoro escondido. Cuando lo encuentres, no temas. Arriésgate. Vende lo que sea. Dios no defrauda a nadie que se arriesga por Él.

Quizás no te sea fácil señalar el momento en que descubriste tu vocación. Y es que entra a formar parte de nuestra personalidad; no es algo añadido externamente o de manera accidental. Es nada menos que el camino propio para el que el Señor te ha creado. Cada uno somos un proyecto de Dios; no una masa de gente.

Quizás ha habido un tiempo en que has estado un poco al margen de tu vocación; después has visto que, aunque quizás querías olvidarte de ella, la tenías siempre presente en tu conciencia. Hasta que, quizás, has sentido la necesidad y la urgencia de decirle que sí al Señor. Y ahí estás con tu vocación que ha ido creciendo y te ha ido cambiando y se ha ido fortaleciendo sin que, como en el caso de la semilla, sepas cómo ni por qué.

2.1.- Resumen de la parábola.

 El Reino de los Cielos es como la semilla que se ha sembrado en el campo. Va creciendo y se va desarrollando hasta producir fruto. Dios es quien la va haciendo crecer y fructificar.

2.2.- Escuchar.

“Tanto si duerme como si está despierto, así de noche como de día, la semilla germina y crece, aunque él no sepa cómo… primero brota la hierba, luego forma la espiga, y por último el grano que llena la espiga”.

2.3.- Reflexión.

El Reino de Dios tiene un proceso de crecimiento; en cada uno y en la Iglesia. En la mayoría de los casos es imperceptible. No se sabe cómo, pero uno va afinando más en el cumplimiento de la voluntad del Señor. Dios va realizando su obra en nosotros. Insensiblemente nos va conduciendo.

A nivel personal, nos vamos encontrando en un nuevo mundo. Dios se nos va metiendo muy dentro a medida que le vamos dando entrada en nuestra vida. El Señor va como a la conquista de nuestro corazón. Con la particularidad de que cuanto más suyo es, es también más nuestro; porque se posesiona de nosotros al mismo tiempo que nos permite posesionarnos de Él. Dios, a través de su Espíritu, va sembrando vida; vida que, sin apenas percibirlo, va madurando hasta dar fruto abundante.

A nivel eclesial, tampoco se sabe cómo, pero uno ve que una comunidad concreta va afincándose y creciendo en la fe y el amor. Van saliendo las cosas mejor de lo que uno las planifica. Uno, aunque no sepa cómo, ve que van surgiendo brotes de vida por aquí y por allá, y se lleva grandes sorpresas al descubrir, con mirada de fe, la acción del Espíritu en el mundo. El crecimiento de la Iglesia también es una obra del Espíritu por mucho que podamos tener la impresión de que es obra de unos o de otros. Nosotros somos los receptores del Espíritu del Señor que se nos ha infundido a nosotros y la Iglesia; y realiza su obra en nosotros y en ella.

Es el Reino del amor, que no sabemos cómo se va intensificando tanto a nivel personal como eclesial, pero el hecho es que cada día nos sentimos más a gusto con él y más a gusto en la Iglesia como comunidad. El Señor sigue actuando, aunque no sepamos cómo. No se cansa.

2.4.- Piensa en tu vida.

Piensa en la historia de tu propia vida y trata de ver la actuación de Dios en ti. Te quiere con locura. Sembró en tu bautismo la semilla de la fe. La depositó en ti como el gran regalo que te hizo junto con el regalo de la vida. No sabes cómo, pero se ha ido desarrollando. Han contribuido en su desarrollo muchas personas que te han ayudado, que te han hecho mucho bien, que se han preocupado por ti, que te han dado buenos ejemplos, que te han animado, que te han querido… En la actualidad también ha puesto junto a ti, personas que te quieren y que te aprecian. Has tenido altibajos pero te mantienes en la fe, y quieres seguir al Señor y quieres serle fiel.

No estaría de más que para ser más consciente del proceso de tu fe y de tu amor al Señor, te hicieses unas preguntas: ¿Sigues siendo como siempre, o notas que vas mejorando? ¿Notas que algunos defectos que antes tenías, y a los que quizás no les dabas mucha importancia, van desapareciendo? ¿Notas que haces ahora cosas a las que antes no te atrevías? ¿Ves que no te cuesta tanto hacer lo que antes te resultaba difícil? ¿Vas viendo con más naturalidad tu fidelidad al Señor?

2.5.- Mirando al futuro.

¿Vas siendo más consciente de que Dios confía en ti? El crecimiento y la maduración so obra de Dios. Es Dios quien te va trabajando y conduciendo. Pero hay que dejarle las manos libres para trabajar. Has de permitirle trabajarte. Esto significa dejarle hacer de ti lo que quiera.

Nuestros caminos no son los suyos. Es Él quien te indica el camino y va cambiando el que tú te has trazado. Fíate y déjate conducir. Quizás tienes otros proyectos que no son los de Dios sobre ti. ¿No crees que vale la pena descubrir sus proyectos y decidirte de verdad a seguirlos?

Valdría la pena mirar la acción de Dios en tu vida. Ver el camino que has recorrido bajo la mirada amorosa de Dios. Ese camino tiene una dirección y un final. ¿Por dónde te ha ido dirigiendo el Señor? A pesar de los altibajos que hayas podido tener en tu respuesta, no ha de resultarte difícil conocerlo.

Por último, y teniendo en cuenta tu propia historia, ¿hacia dónde crees que te quiere conducir?

SEÑALES DE LA LLAMADA DE DIOS: CÓMO DISCERNIRLAS

He aquí algunas indicaciones prácticas para hacer el “discernimiento” sobre la llamada de Dios.

Dios habla en las circunstancias que te ha tocado vivir a lo largo de tu vida. Las casualidades o coincidencias de la vida manifiestan la mano de Dios que se las ingenia sabiamente para llamar.

 

  • ¿Cómo es mi relación con los que me rodean? ¿Qué carácter tengo? ¿Soy dialogante, sociable, capaz de trabajar en equipo…?
  • ¿Soy responsable de aquello a lo que me he comprometido: familia, estudios, vida profesional, horarios, compromisos diversos (animador, monitor, etc…)? ¿Tengo un sentido generoso del trabajo? ¿Soy capaz de austeridad y sacrificio?
  • ¿Cuáles son mis motivaciones de fondo en todo lo que hago?
  • ¿Soy fiel a los compromisos adquiridos? ¿Doy continuidad a lo que inicio?
  • ¿En qué contexto y circunstancias nace mi vocación?
  • ¿Tengo una actitud positiva frente al mundo, o una actitud de huida?

Cuando oras personalmente y con frecuencia, el Señor despierta en ti libertad y disponibilidad. Es siempre un proceso con altibajos en el que, con los ojos purificados del corazón, puedes evidenciar los elementos constantes de la presencia que Dios ha ido trazando progresivamente con los signos de su presencia y acción: paz, alegría, aliento, fortaleza, libertad…

Has vivido un proceso de madurez en la fe. Detente a considerar tu historia personal de encuentros significativos con el Señor. Recorre las etapas más fuertes e intensas vividas, disciérnelas, así puedes llegar a intuir que Dios te está llamando para algo concreto.

  • ¿Vivo una fuerte relación personal con Dios Padre-Hijo-Espíritu?
  • ¿Es Jesucristo alguien amado a quien quiero “imitar” y seguir ya desde ahora?
  • ¿En qué se concreta mi amistad con Jesús? Oración personal, Palabra de Dios, sacramentos, María, capacidad de conversión, motivación de lo que hago y “estilo de vida”, disponibilidad para el servicio, etc.

Los grupos humanos o personas cuya vida y actividad te han fascinado. Te atrae su forma de ser, de experimentar a Dios, de trabajar apostólicamente…

 

  • ¿Me dejo ayudar por otros en mi búsqueda vocacional?
  • ¿Valoro el acompañamiento personal y también la vida de grupo?
  • ¿Acepto la guía de la Iglesia (a través de las personas que tienen competencia) en mi camino de maduración y discernimiento?
  • ¿Soy capaz de apoyar y estimular el camino de otros?
  • ¿Tengo una mirada positiva sobre los otros miembros de la Iglesia y las diferentes vocaciones?

Las necesidades de los demás te reclaman, las urgencias te dejan intranquilo, tus compromisos adquiridos te llenan de paz y de gozo al llevarlos a cabo y hacia ellos sientes una gran disponibilidad.

 

  • ¿Estoy atento al clamor de las personas necesitadas?
  • ¿Qué me dice la situación de tanto jóvenes pobres y abandonados?
  • ¿Voy conociendo y viviendo el Evangelio y deseo contagiarlo a los demás?
  • ¿Cómo se concreta esto en mi vida ordinaria?
  • ¿Pienso que es una suerte y un regalo poder trabajar por el Reino de Dios?

Los has recibido para darlos; para Dios llamar equivale a dar. Si Dios te llama para algo, antes te ha dotado de lo necesario para llevar adelante su vocación-misión, aunque no seas del todo consciente de la donación que Dios te ha hecho.

  • ¿Me conozco bien? ¿Soy consciente de mis cualidades y limitaciones (definitivas o superables): físicas, psíquicas, intelectuales, afectivas…?
  • ¿Me acepto como soy? ¿Tengo un buen nivel de autoestima?
  • ¿Cómo acepto los avisos y correcciones?

Te han hecho ofertas, sugerencias e invitaciones que te han dejado intranquilo, inquieto, con dudas, con miedos, con recelos… Te han sugerido determinadas posibilidades de vida para el futuro, te han planteado abierta y francamente un posible proyecto de vida y de futuro…, y te han dado qué pensar. Les das vueltas. Este suele ser uno de los más claros síntomas de vocación. Normalmente, al principio, se suelen poner muchas excusas, disculpas, justificaciones, coartadas… por el riesgo que entraña responder positivamente.

  • ¿Tengo un proyecto ya “cerrado”, hecho según mis ideas? ¿Me siento libre y disponible para cambiar ese proyecto porque mi preocupación real es amar y servir a Dios lo mejor que pueda?
  • ¿Tengo una auténtica disponibilidad y una verdadera obediencia a la voluntad de Dios? ¿En qué se concreta?
  • ¿Dedico tiempo para madurar y profundizar lo que yo hago, y ver si realmente lo hago desde Dios?
  • ¿Espero señales extraordinarias para avanzar o voy dando pasos concretos?
  • ¿Tengo paciencia conmigo mismo, respetando los tiempos de maduración y las lógicas etapas de todo proceso?

¿Cómo saber si Dios me llama?
7 claves para discernir una posible vocación a la vida consagrada

Cuando uno habla de vocación muchos se asustan. Lo primero que piensan es en hábitos, oraciones eternas, todos viviendo en una misma casa, estar lejos de la familia, etc. Pero la verdad es que es mucho más que eso. Para los que hemos decidido dejarlo todo y seguir a Jesús en la vida consagrada, es una verdadera alegría. Tiene muchas gratificaciones, pero también sacrificio y arduo trabajo.

Dios llama para hacernos suyos: para dejar atrás la vida que llevábamos y entregarnos por entero a Él. No todos tienen están llamados a este camino, pero si hay muchos, que pudiendo estar llamados no saben cómo escuchar a Dios. ¿Cómo saber si Dios me llama a seguirlo en la vida consagrada o sacerdotal? Aquí te comparto siete claves para discernir con madurez si Dios te llama a este camino o no. Pon atención, porque si te tomas en serio estas recomendaciones, Dios podría de verdad estar tocando la puerta de tu corazón para hacerte suyo como lo ha hecho con nosotros.

Parece muy obvio pero es de lo más necesario. Santa Teresita de Lisieux decía: «Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría». Ahí está resumido todo. La oración es algo sencillo. Imagínate que llegas del colegio y quieres hablar con tus padres acerca de cómo te ha ido durante el día: tus penas y alegrías; tus sueños y frustraciones… este diálogo con Dios es oración. Tú hablas con Él de todo. Con confianza y fe. Sabes que te escucha y por eso no te cansas de hablarle. Orar es un diálogo, no un monólogo. Hablas pero también escuchas, y para escuchar es necesario el silencio. Sí, el silencio. Y no digo solo ausencia de ruido, hablo de que debes dejar a un lado tus preocupaciones (comentándoselas a Dios, claro) y serenar tu alma para escuchar su voz. ¿Recuerdas que en el Antiguo Testamento Dios habla con una pequeña brisa? (1 Reyes 19, 12-14), pues si estás atento lo escucharás y sabrás que hacer; no es misticismo, es pura realidad.

«Tú, cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará» (Mateo 6,6).

Si no ibas a misa o no eras de confesión frecuente, este un excelente tip para ti. Para sanar y limpiar el alma son necesarios los sacramentos. La Eucaristía es nuestro alimento espiritual, lo más grande que Jesús nos dejó en herencia, y además está al alcance de todos. Nuestra vida debe ser una constante acción de gracias a Dios, una alabanza perenne, y para esto la misa es imprescindible. Si es diaria, mejor, si no es así puedes ir todos los domingos sin falta.

Por otro lado, necesitas pedirle perdón a Dios por las cosas malas que has hecho. Cuando uno está reconciliado con su Padre el corazón se llena de paz, en ese momento es cuando está mejor dispuesto para acogerle y responderle con generosidad. La confesión, como dice el Papa Francisco, no es una “sala de tortura”, al contrario, es el encuentro con el amor misericordioso de Dios. Añade el Papa: «Los apóstoles y sus sucesores –los obispos y los sacerdotes que son sus colaboradores- se convierten en instrumentos de la misericordia de Dios. Actúan in persona Christi. Esto es muy hermoso». Así que no lo pienses tanto y acude a los sacramentos.

«Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no volverá a tener hambre… Este es el pan que ha bajado del cielo para que quien lo coma no muera» (Juan 6, 35.50). «… Tú amas al de corazón sincero… rocíame con agua purificadora, y quedaré limpio… Aparta tu vista de mis pecados, borra todas mis culpas. Crea en mí un corazón limpio, renueva dentro de mí un espíritu firme» (Salmo 50:8-9.11-12).

La dirección espiritual es un don. «El Espíritu Santo da a ciertos fieles dones de sabiduría, de fe y de discernimiento dirigidos a […] la oración» (CIC 2690). Sacerdotes, religiosas o religiosos pueden ayudarte a ver la voluntad de Dios en tu vida, a encaminarte por la ruta que Dios te marca. San Juan de la Cruz señala al respecto: «No solo el director debe ser sabio y prudente sino también experimentado… Si el guía espiritual no tiene experiencia de la vida espiritual, es incapaz de conducir por ella a las almas que Dios en todo caso llama, e incluso no las comprenderá».

Por eso elige bien con quien deseas tener dirección. Es importante este punto, porque tú pones tu alma en las manos de un hombre o mujer para que te ayude a buscar la voluntad de Dios. Si quieres descubrir que es lo que Dios te pide la dirección espiritual será para ti un camino seguro. Ora y pide al Señor que te mande a tu director espiritual, al mejor que encuentre para ti, y confía en él. Dios se vale de instrumentos humanos para derramar sus gracias en la tierra.

«Acude siempre a quien teme al Señor, a quien sabes que observa los mandamientos, que tiene una conciencia como la tuya y que compartirá tu pena si llegas a caer… Pero, sobre todo, suplica al Altísimo para que dirija tus pasos en la verdad» (Eclesiástico 37, 12.15).

Es fácil decirlo cuando uno no está de por medio, pero cuando es la vida entera la que está implicada esta frase tiene un peso mayor. Ama a Dios y confía en Él. Vive en su amor y tu corazón estará disponible para todo lo que te pida. Si te pide cambiar una cosa, lo podrás hacer. Si te pide esforzarte en una virtud, también lo lograrás. Pero intenta siempre cultivar un corazón disponible, generoso para con Dios. El Papa Benedicto XVI decía al inicio de su pontificado: «¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida». Nosotros, los religiosos, creemos plenamente en estas palabras porque lo hemos vivido. Con un corazón disponible Dios puede trabajar, puede moldear tu corazón como le plazca. Pero necesita que pongas de tu parte. Tú decides.

«Dichosos el hombre que ha puesto su confianza en el Señor… Entonces yo digo: Aquí estoy, para hacer lo que está escrito en el libro acerca de mí. Amo tu voluntad, Dios mío» (Salmo 40, 5.8).

Muy importante es cambiar los antiguos hábitos para transformarnos en hombres y mujeres nuevos. Las fiestas en exceso, los fines de semana fuera de casa, el malgastar dinero, las palabras groseras, entre otras cosas, pueden ser hábitos buenos en el mundo de hoy, pero no lo son para quienes desean hacer lo que Dios les pide. Nuestra vida debe tener olor a Cristo. Como dicen por ahí: «Cada uno sabe dónde le aprieta el zapato», en otras palabras, todos sabemos cuáles son nuestras deficiencias, lo que debemos mejorar. Poner un esfuerzo extra será una ayuda muy grande para discernir bien tu vocación. Es hora de cambiar algunas cosas, ordenar tu vida, poner prioridades.

¿Prioridades? Sí, por ejemplo, compartir más con la familia, visitar a los enfermos, ayudar al prójimo y miles de cosas más. Lo mejor es sustituir un vicio (algo malo) por una virtud (algo bueno). Si antes perdía tiempo apostando dinero, ahora lo voy a donar a una institución de beneficencia. Si antes salía de fiestas todos los fines de semana, ahora dedicaré un fin de semana de voluntariado o ayudando en la parroquia. Dejar de mentir, desterrar la ira, sembrar alegría, etc. Ves qué fácil parece todo visto desde esta perspectiva. Lo difícil es ponerlo en práctica, pero descuida, Dios siempre estará contigo para ayudarte.

«Supongo que han oído hablar de Él [de Cristo] y que, en conformidad con la auténtica doctrina de Jesús, les enseñaron como cristianos a renunciar a su conducta anterior y al hombre viejo corrompido por seductores apetitos. De este modo se renuevan espiritualmente y se revisten del hombre nuevo creado a imagen de Dios, para llevar una vida verdaderamente recta y santa» (Efesios 4, 21-24).

«El hacer sigue al ser». Uno actúa de acuerdo a lo que es. Soy hijo de Dios, actúo como tal. Soy un hombre en discernimiento vocacional, actúo como tal. Es simple, lógica pura. Esto también cuesta trabajo. Necesitas de un compromiso serio y maduro. Dice el Papa Francisco: «No es fácil -lo sabemos todos- la coherencia en la vida, entre la fe y el testimonio; pero nosotros debemos ir hacia adelante y tener en nuestra vida esta coherencia cotidiana. ¡Esto es un cristiano!, no tanto por aquello que dice, sino por aquello que hace; por el modo en que se comporta».

Dicen por ahí que las palabras convencen pero que el testimonio arrastra. ¡Cuánto más arrastraremos al mundo hacia Dios si nosotros somos coherentes con lo que creemos! Es necesario esta máxima hoy en día. Como los primeros cristianos que eran capaces de morir por ser coherentes con su fe. No escatimaban darlo todo por Jesús. ¿Y tú? Ve corrigiendo tu vida desde ahora. Que concuerden tus acciones, tus pensamientos y tus deseos con Dios. Depende de ti actuar conforme a lo que eres.

«¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo la fe? … la fe: si no tiene obras, está completamente muerta. Sin embargo, alguien podría decir: «Tú tienes fe, yo tengo obras; muéstrame tu fe sin las obras, que yo por las obras te mostraré mi fe”» (Santiago 2, 14.18).

Vivir de cara a Dios es necesariamente vivir generosamente. No podemos ser cristianos auténticos sin la generosidad como una de nuestras características esenciales. Si somos cristianos, somos generosos. No hablamos aquí de dar dinero a todo el mundo, repartir las cosas de mi casa a quienes necesitan o regalar comida a los pobres. Sí, esto es necesario, pero hay una generosidad aún más difícil: la del corazón. 

Cuando uno hace un acto desinteresado no necesariamente está haciendo un acto con un corazón generoso. La actitud interior es fundamental para que ese acto sea de verdadera renuncia. Puedo ser muy pobre pero darle mi tiempo a quien necesita desahogarse o llorar alguna pena. Doy mi tiempo gratuitamente, sin que nadie me vea, sin lamentarlo, eso es generosidad interior. Todo depende de la actitud. Si la actitud es desprendida, el acto será generoso de por sí. Vivir así está al alcance de todos, pero necesitamos estar unidos a Dios para no lamentarnos de lo que entregamos a los demás.

«Tengan esto presente: el que siembra con miseria, miseria cosecha; el que siembra generosamente, generosamente cosecha. Que cada uno dé según su conciencia, no de mala gana ni como obligado, porque Dios ama al que da con alegría» (2 Corintios 9, 6-7).

Estas 7 claves te ayudarán mucho a discernir si la vida sacerdotal o religiosa es tu camino en la vida. Pero sobre todo, ten un corazón lleno de Dios, lleno de amor por Él. Un corazón humilde, que busque incesantemente a Dios en todas las cosas, pequeñas o grandes. Que Dios sea el amor de tu vida. Cultiva esta semilla en la tierra de tu corazón y los resultados fructificarán. Ah, y prepárate, porque Dios nos promete (en la vida consagrada) el ciento por uno, y eso es muy bueno, pero el versículo termina: «con persecuciones», así que no te extrañe si alguien se opone a tu vocación, si a alguien no le gusta el camino que Dios ha querido para ti, porque a todos nos ha sucedido. Lo importante es que tú lo disciernas bien y sea una entrega sincera la que le des al Señor.

«Les aseguro que todo aquel que haya dejado casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o tierras por mí y por la buena noticia, recibirá en el tiempo presente cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, junto con persecuciones, y en el mundo futuro la vida eterna» (Marcos 10, 29-30).

7 PASOS PARA EL DISCERNIMIENTO VOCACIONAL

Uno de los grandes retos que deberás enfrentar en tu vida es el de encontrar tu lugar en la sociedad y en la Iglesia. Para ti, que buscas tu vocación, describiré siete pasos que te pueden ayudar a discernir el proyecto de Dios sobre ti. Aunque me referiré directamente a las vocaciones consagradas (en la vida religiosa y en el sacerdocio), los pasos que enumeraré se pueden aplicar para el discernimiento de cualquier vocación, estado de vida o profesión.

“Señor, ¿qué quieres que haga?” (Hch. 22,10).
La vocación no es algo que tú inventas, es algo que encuentras. No es el plan que tú tienes para tu vida, sino el proyecto de amistad que Jesús te propone y te invita a realizar. No es principalmente una decisión que tú tomas sino una llamada a la que respondes. Si quieres descubrir tu vocación, dialoga con Jesús. Sólo mediante la oración podrás encontrar lo que Dios quiere de ti. En la oración, el Espíritu Santo afinará tu oído para que puedas escuchar. En el diálogo de amistad con Jesús podrás oír su voz que te llama: “ven y sígueme” (Lc 18,22); o bien, escucharás que te dice: “vuelve a tu casa y cuenta todo lo que Dios ha hecho por ti” (Lc 8,39).

 

“Había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos y aunque yo hacía esfuerzos por ahogarlo, no podía” (Jr. 20,9).

            Para descubrir lo que Dios quiere de ti tienes que escuchar, mirar y experimentar. Para esto necesitas hacer silencio interior y exterior; el ruido te impide percibir. Estate atento a lo que se mueve en tu interior: tus deseos, tus miedos, tus pensamientos, tus fantasías, tus inquietudes, tus proyectos. Escucha tanto a los que aprueban tu inquietud como a los que la critican. Escucha tu corazón: ¿qué es lo que anhelas? Aprende a mirar a los hombres que te rodean: ¿qué te está diciendo Jesús a través de su pobreza, de su ignorancia, de su dolor, de sus desesperanzas, de su necesidad de Dios…?

            Ve tu historia: ¿Por cuál camino te ha llevado Dios? ¿Cuáles han sido los acontecimientos más importantes de tu vida?, ¿De qué manera Dios estuvo presente o ausente en ellos? ¿Qué personas concretas han sido significativas para ti?, ¿Por qué? Contempla el futuro: ¿Qué experimentas al pensar en la posibilidad de consagrar tu vida a Dios? Tienes sólo una vida, ¿a qué quieres dedicarla?

            Ten cuidado en discernir si tu inquietud y la atracción que sientes son signos de una verdadera vocación consagrada o son manifestaciones de que Dios quiere que intensifiques tu vida cristiana como seglar. Al dar este paso podrás decir: “Tal vez Dios me esté llamando…” “Siento la inquietud de consagrar mi vida a Dios”.

“Observen cómo es el país y sus habitantes, si son fuertes o débiles, escasos o numerosos; cómo es la tierra, buena o mala; cómo son las ciudades que habitan, de tiendas o amuralladas; cómo es la tierra fértil o estéril; con vegetación o sin ella” (Num 13,18-20).

            Los caminos para realizar la vocación consagrada son múltiples. No basta con querer entregar tu vida a Dios y desear dedicarte al servicio de tus hermanos. Es necesario saber dónde quiere Dios que tú lo sirvas. Para descubrir tu lugar en la Iglesia es conveniente que conozcas las diversas vocaciones. Investiga cuál es la espiritualidad que viven los sacerdotes diocesanos o las diferentes congregaciones religiosas, y siente cuál de ellas te atrae. Ve cómo viven: no es lo mismo una congregación contemplativa que una de vida apostólica. Infórmate sobre cuál es su misión y por qué medios pretenden realizarla: enseñanza, hospitales, dirección espiritual, promoción vocacional, misiones, predicación de ejercicios, medios de comunicación, etc. Conoce quiénes son los principales destinatarios de su apostolado: jóvenes, pobres, sacerdotes, enfermos, niños, seminarios, ancianos, etc.

            Aunque ordinariamente cuando se experimenta la inquietud vocacional se siente también el atractivo por una “vocación específica”, vale la pena que dediques algunas horas a informarte más a fondo sobre esa vocación y sobre otras. Y si al final te dedicaras por la que en el principio te inclinabas, el tiempo empleado en informarte no habrá sido desperdiciado. Al dar este paso podrás decir: “Me atrae la espiritualidad, el estilo de vida y el apostolado de esta congregación”. “Posiblemente Dios me está llamando a ingresar al seminario o al noviciado”.

“Si uno de ustedes quiere construir una torre ¿no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: Este comenzó a edificar y no pudo terminar” (Lc. 14,28-30).

            La vocación es una empresa demasiado grande, ¡y es para toda la vida! Por eso no te puedes lanzar sin antes haber reflexionado seriamente sobre ti y sobre la vida que pretendes abrazar. Descubre cuáles son tus capacidades y limitaciones. Piensa si podrás vivir las exigencias que implica la vocación –contando desde luego con la gracia de Dios-. ¿En qué signos concretos te basas para pensar que Dios te llama? ¿Qué razones a favor y en contra tienes para emprender ese camino? ¿Qué es lo que te atrae y qué lo que no te gusta de ese estado de vida?

            Dios te pide que te comprometas responsablemente en el discernimiento de su voluntad. Quiere que utilices tu inteligencia para buscar tu vocación. Con la luz del Espíritu Santo podrás descubrir lo que Dios quiere de ti. No pienses que llegarás a tener certeza absoluta de lo que Dios quiere de ti: algo así como tener un contrato firmado por Él, en el que te revelara su voluntad. Lo que encontrarás serán signos que indican cuál podría ser el proyecto de amistad que tiene para ti. Al descifrar esos signos podrás tener certeza moral de su llamado. Esta certeza es la que necesitas para actuar. Al dar este paso podrás decir: “Creo que Jesús me llama”, “Creo que, con la ayuda del Espíritu Santo, podré responder”.

“Te seguiré vayas a donde vayas” (Lc 9,57).

            Habiendo descubierto lo que Dios quiere de ti, decídete a seguirlo. Tomar tal decisión es difícil. Sentirás miedo. Tus limitaciones te parecerán montañas: “¡Ay, Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho” (Jr 1,6). Sin embargo, a pesar de tus limitaciones – o mejor con todas ellas -, responde como Isaías: “Aquí estoy, Señor, envíame” (Is 6,8). Decir sí con el cual comprometes toda tu vida es una gracia. Pídele al Espíritu Santo que te dé esa capacidad de respuesta. No afrontar la decisión equivale a desperdiciar tu vida.

            Para iniciar el camino de la vocación no esperes tener certeza absoluta de que Dios te llama; te basta la certeza moral. La decisión es un paso en la fe, es un acto de confianza en tu amigo Jesús. Al decidirte a seguir radicalmente a Jesús es normal que tengas dudas de si podrás con las exigencias y si llegarás al final. Pero de lo que no puedes dudar es de lo que tú quieres. Al dar este paso podrás decir: “Quiero consagrar mi vida a Dios en el servicio de mis hermanos”, “Quiero ingresar en esta congregación religiosa”, “Quiero ser sacerdote”.

“Jesús los llamó. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron” (Mt 4,21-22).

            Una vez tomada la decisión, ¡lánzate! No te dejes vencer por el miedo; lánzate sin miedo. Pon todos los medios que estés a tu alcance para realizar lo que has decidido. No cedas a la tentación de diferir tu ingreso a una casa de formación: “Te seguiré, Señor; pero déjame primero…” (Lc 9,61). Con tu decisión has comprometido todos los momentos posteriores; en el futuro busca cómo ser fiel. La única manera de realizar el proyecto de Dios es la fidelidad de cada día. Vive todo momento en coherencia con lo que has decidido; dirige cada paso hacia la meta.

            ¿Y cuando venga la dificultad? ¡Perseverar! El camino que emprenderás es difícil; más de lo que ahora crees. Prepárate para la lucha; deberás enfrentar problemas y superar obstáculos. Jesús te dice: “El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue cada día con su cruz y me siga” (Lc 9,23). El sendero es arduo, pero María te acompaña y el Espíritu Santo te fortalece para que puedas recorrerlo. Además, no se trata de cargar hoy la cruz de toda la vida, sino sólo lo de hoy, y así cada día. Al dar este paso podrás decir, como Pedro: “Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mc 10,28).

“Levántate y vete a Damasco, allí se te dirá todo lo que está establecido que hagas” (Hch 22.10).


La dirección espiritual no es un paso más en el proceso de discernimiento vocacional; es un recurso que puedes aprovechar en cada uno de los pasos anteriores. El director espiritual te motivará a orar y a percibir los signos de la voluntad de Dios; te indicará dónde obtener la información y te ayudará a reflexionar. En el momento de la decisión se alejará de ti para que tú, frente a Jesús, libremente respondas a su llamada. Te ayudará a que te prepares convenientemente para ingresar en una casa de formación. Su oración y sacrificio por ti te alcanzarán del Espíritu Santo, la luz para descubrir tu vocación y la fuerza para seguirla.

            Si bien es cierto que la vocación es una llamada de Dios que nadie puede escuchar por ti, ni responder a ella en tu lugar, también es cierto que necesitas de alguien que te acompañe en tu discernimiento vocacional. Es fácil hacerse ilusiones: podrías creer que es un llamado de Dios lo que tal vez sea sólo un deseo tuyo, o bien podrías pensar que no tienes vocación cuando en realidad Dios te está llamando. Dialoga con tu director espiritual para clarificar la autenticidad de tu vocación. Jesucristo, después de habérsele aparecido a Pablo en el camino de Damasco, le dijo que fuera con Ananías y que éste le indicaría cuál era la voluntad de Dios. Aunque Cristo hubiera podido decirle a Pablo lo que quería de él, quiso valerse de Ananías para hacerle descubrir su vocación (Cf Hch 22,10-15).

            En el discernimiento del proyecto de Dios sobre ti no puedes prescindir de la mediación de la Iglesia. Descubrir tu vocación no es fácil, pero tampoco es imposible. Si con sinceridad te pones a buscar la voluntad de Dios y realizas los pasos que aquí te sugiero, creo que podrás encontrarla. De muchas maneras Dios te está revelando la manera como quiere que colabores en la instauración de su reino. Él es el más interesado en que tú descubras y realices tu vocación. Por eso haz oración, dialoga con tu director espiritual, percibe, infórmate, reflexiona, decídete y actúa.