Llega a esta ciudad, sede de la diócesis, con una numerosa comunidad. El Hno. Gabriel se consagra hasta el final de sus días a formar a sus Hermanos y a consolidar la Congregación. Obtiene la aprobación del Instituto por parte del Papa Gregorio XVI y de Carlos Alberto, Rey de Cerdeña. Además, pone los medios para hacer crecer la fraternidad: construye una casa, escribe un libro y promueve el “espíritu de familia” en la comunidad. Él asumió la condición de Hermano y murió como Hermano: “Lleváis el dulce nombre de Hermanos, no permitáis que os llamen de otra manera. Los nombres de las dignidades inspiran e imponen respeto; éste, por el contrario, sólo sugiere sencillez, bondad y caridad” (H. Gabriel. Guía art. 112).